+ORACION+
Gloria y alabanza a Tí,
Satán, en las alturasdel Cielo,
donde una vez reinaste
y
en las profundidadesdel Infierno,
donde, vencido, sueñas en silencio!
¡Haz que mi alma un día,
bajo el Árbol de la Ciencia,
cerca de Tí repose,
en la hora en que de tu frente
como un Templo nuevo
sus ramajes se extenderán!
+LAS LETANIAS DE SATAN+
Gloria y alabanza a Tí,
Satán, en las alturasdel Cielo,
donde una vez reinaste
y
en las profundidadesdel Infierno,
donde, vencido, sueñas en silencio!
¡Haz que mi alma un día,
bajo el Árbol de la Ciencia,
cerca de Tí repose,
en la hora en que de tu frente
como un Templo nuevo
sus ramajes se extenderán!
+LAS LETANIAS DE SATAN+
¡Oh Tú, el más sabio y el más bello de los Angeles,
Oh Dios traicionado por la suerte y privado de alabanzas!
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Oh Príncipe del Exilio, a quien se le ha hecho un agravio,
y que vencido, siempre te levantas más fuerte,
Oh Satán ten piedad de mi larga miseria!
Tú que lo sabes todo, gran rey de las cosas subterráneas,
sanador familiar de las angustias humanas,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que, lo mismo a los leprosos que a los parias malditos,
enseñas por amor el gusto del Paraíso,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que de la Muerte, tu vieja y fuerte amante,
engendras la Esperanza -una loca encantadora!
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú, que haces al proscrito esta mirada calma y alta,
que condena todo un pueblo alrededor de un cadalso,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que sabes en qué ángulos de las tierras envidiosas
el Dios celoso escondió las piedras preciosas,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú, en quien la mirada clara conoce los profundos arsenales
donde duerme amortajado el pueblo de los metales,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú, cuya mano aleja el vacío,
de los pies del sonámbulo al que seducen los tejados,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que, mágicamente ablandas los viejos huesos
del borracho tardo atropellado por los caballos,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que, para consolar al hombre frágil que sufre,
nos enseñas a mezclar el salitre y el azufre,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que pones tu marca, oh cómplice sutil,
en la frente de Creso despiadado y vil,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Tú que pusiste en los ojos y el corazón de las muchachas,
el culto de la llaga y el amor de los andrajos,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Bastón de los exiliados, luz de los inventores,
Confesor de los ahorcados y de los conspiradores,
Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
Padre adoptivo de estos que en su negra cólera
del Paraíso terrestre ha desterrado Dios Padre,
¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!
+LA FUENTE DE SANGRE+
Creo sentir, a veces que mi sangre en torrente
se me escapa en sollozos lo mismo que una fuente.
Oigo perfectamente su queja dolorida,
pero me palpo en vano para encontrar la herida.
Corre como si fuera regando un descampado,
y en curiosos islotes convierte el empedrado,
apagando la sed que hay en toda criatura
y tiñendo doquiera de rojo la Natura.
A menudo también del vino he demandado
que aplaque por un día mi terror. ¡Pero el vino
torna el mirar más claro y el oído más fino.
Tampoco en el amor el olvido he encontrado:
ha sido para mí un lecho de alfileres,
hecho para saciar la sed de las mujeres.
Cuando en el fondo duermas, mi bella tenebrosa,
en una tumba de mármol denegrido construida,
y ya tan sólo tengas por alcoba o guarida
una cueva lluviosa y una profunda fosa;
Cuando oprima la losa tu carne temblorosa
y tus flancos doblados con encanto tendida,
y el latir y el querer a tu pecho le impida,
Y a tus pies el correr su carrera azarosa,
La tumba, confidente de mi sueño infinito,
(porque la tumba siempre comprenderá al poeta),
en esas largas noches en que el sueño es proscrito,
Te dirá: “¿De qué os sirve, cortesana indiscreta,
lo que los muertos lloran no haber conocimiento?”
-Y te roerá el gusano como un remordimiento.
+LA DESTRUCCIÓN+
El demonio a mi lado acecha en tentaciones;
como un aire impalpable lo siento en torno mío;
lo respiro, lo siento quemando mis pulmones
de un culpable deseo con que, en vano, porfío.
Toma a veces la forma, sabiendo que amo el arte,
de la más seductora de todas las mujeres;
con pretextos y antojos que no hecho a mala parte
acostumbra mis labios a nefandos placeres.
Cada vez más, me aleja de la dulce mirada
de Dios, dejando mi alma jadeante, fatigada
en medio de las negras llanuras del hastío.
Y pone ante mis ojos. llenos de confesiones,
heridas entreabiertas, espantosas visiones...
la destrucción preside este corazón mío.
Las Metamorfosis del vampiro
La mujer, entre tanto, retorciéndose
Igual que una serpiente en las brasas,
Y amasándose los pechos por encima de las ballenas del corsé
Dejaba deslizar de su boca de fresa estas palabras impregnadas de almizcle:
-"Tengo los labios húmedos y conozco la ciencia
de perder en una cama la antigua conciencia.
Seco todas las lágrimas en mis pechos triunfantes
Y hago que los viejos se rían con risas infantiles.
¡Para quien me ve desnuda y sin velos, sustituyo
a la luna, al sol, al cielo y a las estrellas!
Cuando aprisiono a un hombre en mis temidos brazos,
O cuando abandono mi busto a los mordiscos,
Tímida y libertina, frágil y ronbusta,
Soy, mi querido sabio, tan experta en deleites
Que sobre ese colchón que se desmaya de emoción,
¡los ángeles importantes se condenarían por mí!"
Cuando me hubo chupado toda la médula de los huesos,
Y me volví hacia ella con languidez
Para darle un beso de amor, ¡no vi más
Que un odre de flancos viscosos, rebosante de pus!
En mi helado terror, cerré los ojos,
Y cuando volví a abrirlos a la viva claridad,
A mi lado, en lugar del fuerte maniquí
Que parecía haber hecho provisión de sangre
Entrechocaban en confusión unos restos de esqueleto,
Que producían un grito como el de una veleta
O el de un cartel que, en la punta de una vara de hierro,
El viento balancea en las noches de invierno
Charles Baudelaire
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Las flores del mal. Charles Baudelaire / 1859 / Poesía maldita/ Francia
Encontrar la belleza que se esconde tras lo más feo y maldito. Baudelaire convirtió en tema poético lo impensable en su época.
LUIS ANTONIO DE VILLENA
Aparecidas inicialmente en 1859, Las flores del mal (Les fleurs du mal) recogen la práctica totalidad de la poesía en verso que escribiera Charles Baudelaire (1821-1867), poeta que revolucionó las bases y los resultados de la poesía francesa moderna y —a su través— los de toda la poesía europea. Su amigo y maestro Théophile Gautier (romántico precursor del simbolismo) escribió un artículo sobre Las flores del mal —al poco de su aparición— donde hablaba de un fisson nouveau (un temblor nuevo) en la poesía francesa.
Era cierto. Esa primera edición tuvo problemas con la censura, que mandó retirar —por obscenos— algunos poemas, de contenido o alabanza lésbicos, que en las ediciones posteriores aparecerían bajo el rótulo de Pièces condamnées, o sea poemas condenados. En una primera intención, Baudelaire pensó titular su libro Las lesbianas. Partiendo de una cosmovisión romántica, en la que el artista es el desclasado por antonomasia de la sociedad burguesa (que predica el Bien, su Bien, como basamento del orden del mundo) Baudelaire, desalentado por esa sociedad filistea y obtusa, prefiere el camino del Mal, que no sería a la postre, sino una manera distinta del Bien.
Nace así el malditismo, la búsqueda de la autodestrucción, la inmolación sacral del artista como víctima. Su afición, queridamente amoral, al ajenjo, a la lujuria, a un desorden sensual en que terminará viendo, además, un modo de inspiración. A todo ese malditismo —tema de la nueva poesía— hay que añadir una escrupulosa y magnífica perfección formal, un ritmo que ensaya novedades y una manera de adjetivar, ruptural y rotunda, esteticista y simbolista, que potencia y embellece la novedad y el talento de ese nuevo temblor, que hace de Baudelaire, no solamente un poeta de primerísima fila, sino el padre directo o indirecto de toda la moderna poesía occidental. De él nacen Rimbaud y Verlaine, pero también Mallarmé, Apollinaire y hasta T. S. Eliot. Sin Baudelaire la poesía actual no sería la que conocemos.
Durante toda su vida Baudelaire siguió aumentando Les fleurs du mal cuya tercera y definitiva edición apareció en diciembre de 1868 —algo más de un año tras la muerte de su autor— con prefacio de Gautier, al que iba dedicada. Poemas como Lesbos, Los gatos, La cabellera o Don Juan en los Infiernos —entre tantísimos— cantan la arrogancia dandi del maldito, su hipersensibilidad, su distiguido amor por lo raro, su espiritual sed de lujuria, su ansia de derrocar tabúes para llegar, al fin y casi imposiblemente —el buen burgués no perdona— a un mundo perfecto, sensual y lujoso, sin clero y sin policía.
El juego de las sinestesias, los perfumes que hablan y los colores que sienten forman parte del inmenso legado que se debe a este libro capital cuyo sagrado malditismo llenó la literatura de entresiglos, y es el mismo mal que respira en el título, a veces poco entendido, de Manuel Machado, El mal poema. El mal sacro de los hijos y nietos de Baudelaire, a quien no puede desdeñar poeta ninguno. Hablamos de un genio.